Ciclos Cruzados

Ciclos Cruzados
por Annesdy Tellado




Eduardo acababa de mudarse. Después de diez años de matrimonio, su divorcio se había firmado sin lágrimas, pero con un vacío que llenaba cada rincón del nuevo apartamento. No tenía muchas cosas: un colchón en el piso, cajas sin abrir… y, como pronto descubrió, nada para lavar ropa.
El edificio tenía un laundry en la planta baja. Viejo, con máquinas que crujían al girar y una luz blanca que parpadeaba como si también quisiera salir de allí.
Una noche, bajó con una bolsa de ropa sucia, buscando distracción. Mientras esperaba, hojeaba una revista abandonada cuando una voz lo interrumpió.
—¿Tú sabes cómo funciona esta máquina?
Era una chica joven, de no más de 22 años, cabello recogido en un moño desordenado y ojos intensos que parecían leer más de lo que decían. Vestía ropa sencilla, pero su presencia era magnética.
—Más o menos. ¿Primera vez?
—Sí. Me mudé hace poco. Soy Kathy.
—Eduardo.
Le explicó cómo colocar el jabón, qué ciclo usar… y notó cómo Kathy lo miraba de reojo, con una curiosidad que iba más allá de la lavadora.
Coincidieron dos noches más. Siempre con excusas: que si no sabía usar la secadora, que si no entendía las monedas, que si necesitaba ayuda para doblar.
Una tercera noche, con la lavadora rugiendo de fondo y la lluvia golpeando la ventana, Kathy se acercó más de lo necesario.
—¿Te molesta si me siento cerca? —preguntó con una sonrisa ambigua.
Eduardo no contestó. Solo se hizo a un lado.
El roce del brazo fue accidental. El segundo… no lo fue.
—¿Siempre ayudas a los nuevos en el edificio así? —susurró Kathy.
Eduardo la miró. Dudó. Pero hacía mucho que nadie lo miraba así, como si aún fuera deseable.
Esa noche, se besaron en el pasillo del laundry. Rápido. Torpe. Apasionado. Como si el tiempo fuera un ciclo corto a punto de terminar.
Días después, Kathy no apareció más.
Eduardo no sabía si buscarla. No habían intercambiado números. Solo cuerpos, miradas y silencios.
Una mañana, su ex esposa, Laura, llamó para dejarle unos papeles.
—Estás más relajado —dijo ella con ironía.
—Tener paz ayuda —respondió él.
Antes de irse, ella dejó una carpeta en la mesa. Al abrirla, un recibo cayó. Era del laundry del edificio… a nombre de Kathy Martínez.
Y en letras pequeñas, un número de emergencia: Laura Martínez.
La mente de Eduardo se nubló. Recorrió cada recuerdo, cada mirada, cada caricia.
La noche siguiente, bajó al laundry.
Kathy lo esperaba, como si supiera que volvería.
—¿Sabías quién era yo?
Kathy asintió.
—Y aún así… te quise.
Eduardo no respondió. Solo la abrazó.
Y en ese abrazo había rabia, deseo, perdón… y amor.
Epílogo
A veces el amor no se planifica ni se justifica.
Eduardo y Kathy se quedaron con el ciclo que les tocó. Lo vivieron completo, sin pausas, sin enjuagues… y sin volver atrás.
Porque aunque comenzó con ropa sucia, terminó siendo lo más limpio y honesto que Eduardo había sentido en años.
¿Y tú… te habrías ido como Eduardo, o te habrías quedado esperando una explicación?

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